LA PRENSA ROSA Y LAS ZORRAS DE ÚLTIMA GENERACIÓN
No veo mucho la televisión, salvo los anuncios, el deporte y los informativos, el resto de la programación televisiva me produce aburrimiento y desprecio a dosis iguales. Es imposible ya cambiar de canal sin encontrarse con un programa rosa, del corazón o como demonios los llamen ahora. Me siento incapaz de escribir al respecto, lo reconozco. Sin embargo recuerdo un artículo que Arturo Pérez Reverte publicó en uno de los suplementos semanales de Diario Sur hace algunos años y que me pareció una auténtica joya. Hoy lo comparto con todos vosotros, un verdadero lujo.
Mikel N. Navarro
Siempre con el permiso de Arturo y esperando que los integrantes de la SGAE, con sus trasnochados personajillos de la ceja no me reclamen después ningún canon o derecho de autor, os dejo esta joya de este grande entre los grandes que es el señor Reverte. Zorras de última generación se titula el artículo que no tiene desperdicio y a pesar de tener ya algunos años sigue tan vigente como cuando lo escribió.
Zorras de última generación
Arturo Pérez Reverte
Hay que ver cómo el tiempo, que todo lo masca, cambia las cosas. No sé si recuerdan mi Manual de la perfecta zorra de hace cosa de tres años, con bonitos y útiles consejos para convertirse en chocholoco de rompe y rasga. Ahora tendría que actualizarlo, porque resulta evidente que se ha producido una mutación en las filas del famoseo vaginal. Me refiero a las nuevas zorras tomboleras que vienen pisando fuerte -lo de pisar es delicada perífrasis- y comen terreno a las veteranas. Así coexisten magisterio y juventud. Y es lo bonito de la vida, ¿verdad? Que todo fluye y nada permanece, como dijo Homero, o Espartaco, o uno de aquellos filósofos de antes. Me refiero a la evolución de las especies. Lo malo es que en ese aspecto las especies no siempre mejoran. La zorra española, verbigracia, evoluciona fatal. O involuciona.
A ver si me explico. Antes, llegar a vulpes-vulpi de revista semanal tenía sus requisitos: famosa por mérito propio, legítima de alguien que lo fuera, o -esto era óptimo- causa de que la legítima dejara de serlo. Además, debías moverte en niveles altos de popularidad, sociedad o dinero. En tan favorable contexto, una pájara con pocos escrúpulos y enamoradiza -o simplemente folladiza-, podía hacer carrera; y, baldosa a baldosa, con suerte y combinando hábilmente matrimonios, divorcios, fotos robadas por Interviú y portadas del Diez minutos, llegar a la envidiada categoría de zorra con la vida resuelta. Pero la maquinaria mediática exige combustible, el público ávido pedía más, y la oferta no cubría la demanda. De modo que esa primera categoría de honestas trabajadoras de su propio coño terminó compartiendo portada con una segunda generación: hijas de famosos de la farándula, amigas, cuñadas, primas segundas, novias, esposas o ex esposas de los respectivos de todas ellas, incluyendo hijas, sobrinas y demás familia. Y, aunque con el tiempo se iba perdiendo el rastro de la zorra inicial o primigenia, cabeza de serie, con memoria y habilidad podía rastrearse el apasionante árbol genealógico que situaba, e interrelacionaba, varios escalones de zorras de diversos niveles en torno al núcleo central de media docena de zorras clásicas. Si quieren probar, háganlo. Aún se puede.
El problema es que el mercado, con el éxito de Tómbola-que sigo viendo de vez en cuando por mi amigo Cucho Farina-, la proliferación de la basura rosa en los programas de la tele -todos con su mariquita que a su lado Karmele Marchante parece Oriana Fallaci, seguían exigiendo más madera; y ni siquiera el segundo escalón de productos cárnicos cubría las necesidades. Así que empezó a recurrirse a la chusma de tercer nivel: marmotas preñada por toreros analfabetos, futbolistas o gente así, desprovistas de otro mérito que el de abrir las piernas con la persona adecuada en el momento justo. A partir de ahí, eso ya daba derecho a desfilar en pases de modelos, a viajes organizados a playas paradisíacas para fotos del ¡Hola¡, y a llevar gafas de sol ante las cámaras que te acosan mientras empujas el carrito de las maletas en el aeropuerto de Málaga.
Pero el mercado es como el monstruo devorador de pan rallado. Creció el negocio, las teles rivalizaron en empaquetar bazofia, y para cubrir la demanda masiva se introdujo un cuarto nivel, que a la larga terminó adueñándose del cotarro: la zorra a palo seco. La pedorra siliconada o sin siliconar que pretendiéndose artista o modelo, cuenta cómo se la tiraron Mengano o Fulano, y trinca por ello. Lo que pasa es que eso no podía terminar ahí. Ya metidos en harina, quedaba un paso muy fácil de dar: el que va del cuarto al quinto nivel. De guarra mediática a simple puta. Y lo sigo stricto sensu: la fulana profesional que cobra el servicio, o espera cobrarlo, y hace el recorrido por las teles exactamente igual que antes hizo la calle, y cuenta, interrogada por auténticas perlas del períodismo audiovisual español, cómo se calzó, no ya famosos o famosillos, sino a chusma de su propia calaña primos segundos de chulos cubanos, conocidos de toreros o de cantantes, macrós de discoteca, etcétera.
Total. Que uno mira atrás y cae en la cuenta de que comparado con el género que ahora pregonan, aquellas zorras que antes se divorciaban de marqueses, se emocionaban en el Rocío o tangaban a millonarios fatuos y sesentones, eran unas señoras; incluso las que, para seguir pagándose las aspirinas -algunas son adictas a las aspirinas porque les duele mucho la cabeza- se vieron obligadas a montárselo en plan cada vez más bajuno, codeándose con la chusma de niveles inferiores a fin de que las furcias postmodernas no les quitaran el pan. Por eso apoyo sin reservas la creación de una Fundación para la Defensa de la Zorra Española Clásica (FDZEC). Más que nada para preservar la especie, y no mezclar las churras con las merinas, o las meretrices. Que cada cuala es cada cuala, Pascuala.
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